6 de noviembre de 2011

Arché

      Cortarme la boca fue fácil. Primero se empieza aplicando presión con la tijera y todo eso. Lo difícil fue encontrar el lugar preciso, o sea, por cuál parte del cuerpo empezar, cuál sería la más poética, qué sirve mejor para llamar la atención ¿cierto? Lo que sigue es bastante simple, se elije una tijera no muy afilada pero tampoco una vieja y gastada, puesto que volvería la tarea pesada y gomosa. Luego se va al baño o a algún lugar con reflejo, como ser algún estanque o cerámica. Se debe mirar fijamente el lugar a cortar y proceder de forma pareja y ordenada, el resultado puede ser caótico pero el procedimiento debe ser cauteloso, con guantes. Eso es fácil, lo complejo es encontrar el porqué, una razón que sirva de excusa justificar la escena que montaba.

Después de todo la vida de Arnaldo Ferreyra siempre fue un plis plas, nada por aquí nada por allá, en una palabra, mago de vocación.

Lo que no me gusta es ese chico de las tripas, a decir verdad me da asco, puede estar enfermo y uno sabe como son esas cosas, puede contagiar y puaj, uno se ve envuelto en una situación incomoda, luchando por su vida y esas cosas. Abel Ferreyra se llamaba el de las tripas, alguna que otra vez hablamos, yo aquí y el allá, que cómo estas, cómo estan tus tripas, que cómo esta mi boca, que qué causalidad la del apellido.

Arnaldo jugaba tranquilo en sus comienzos, en aquel barrio periférico del Gran Buenos Aires, nada contemplaba mejor su situación que el sol, se pasaba de este a oeste todos los días en el jardín de su casa, Sargento Cabral 2175, y nada podía interrumpir aquel goce que ir a tomar la merienda con masitas y café con leche. Quién sabe dónde esta ese chico ahora.

No siempre fue así, antes de Abel estaba una chica que no hablaba demasiado, nunca supe el nombre aunque para mi tenía cara de Alejandra, y también tenía un pajarito llamado Lucarín que alimentaba cada tarde con semillitas que compraba en el almacén de la esquina. Pero no sé, se fue antes de poder hablar, se me fue Ale y vino Abel, evidentemente algo tenía que ver la A en todo esto, Arnaldo, Alejandra y Abel, podríamos haber hecho un buen grupo de amigos, ya me imaginaba yo comandando las acciones, un día esto, otro día lo otro, aventuras y nada más. Desventuras.

Siempre hablando de filosofía, que Decart esto, que Sart lo otro. Todo era metafísico en su mundo, un día era hedonista, pero hedonista de Epicuro, no se vaya usted a confundir por que cada rabieta que ni le cuento. Otro día atomista. Y otro presocrático. Y otro, otro, otro. Lo difícil era pensarlo en otro lugar que no sea la luna, al menos eso decía la madre. Tal vez por los cuartos, los de la luna.

Este cuarto sí que es horrible, las paredes despintadas, los azulejos sucios, nada que reflejar. Cada tanto me imagino y cada tanto no. El ser y la nada supongo. Me levanto de la cama y sacudo la pierna del de las tripas, no se mueve. El aburrimiento. Me siento como el Minotauro, las camas que me rodean son los valientes que llegaron a mi centro. Digo mi centro como si esta habitación fuese mía, que descaro, tan pequeño y tan egocéntrico. Mi boca, Mis razones, Mi habitación, Mi centro. El chico de las tripas se despierta. Me pregunto qué va a decir, ¿Abel, estás ahí? Creo que ese nombre también me lo invente, con esos tubos en la boca es difícil mantener una conversación que no pase del “Aha”, del “Nn” y del “No me jodás”.

Con cada timbrazo del recreo su corazón galopaba en sintonía. Ahh... la bella escuela primaria, bueno, tan bella no, pero primaria sí. Estamos en Marzo y la rutina escolar acecha con quebrarlo todo, como despedazar un poema mal escrito o una carta vía aérea de París con malas noticias. Aunque no siempre es así, se puede estar en clase y no estar. Se puede estar y no estar.

Al fin se fue Abel y ¿adivinen quién llego? Sí, Agustín. O al menos eso pensaba yo, después de todo eso es lo importante. Ahora que lo pienso yo tampoco podía hablar, dos tajos en la boca y todo suturando como puede, el pus, un escandalo. Ahora me encuentro aquí y que tan lejos han quedado las primaveras, con su abrir de flores y pujar de abejas. La habitación es deprimente, un foco que se tambalea como un condenado a la soga. Intuyo que una ventana abierta le da ese swing tan hipnótico que suelen tener las bailarinas en pleno show. Pero no siempre fue así. Hubo un día, hace tantos, donde yo podía hablar, no tenia estas cadenas de cinta skotch que me amordazan. Si bien la cronología no es una ciencia exacta, me atrevería a decir que fue hace tres o cuatro meses. Hace tres o cuatro meses de la cortada, obviamente. Hace mucho más que estoy aquí. Hasta me han dado un modesto block de notas para escribir y comunicarme. Es increíble como el acto del habla, que permitió que generaciones de humanos crezcan y elaboren laberintos tan perfectos como las ciudades con sus acueductos romanos ahora me este vedado a mí. Pero no me puedo quejar, la lapicera es bien bonita, de color verde, como una selva, como tanto me gusta, todo un Amazonas encerrado en mi mano.

Todo era bien bonito, hasta que un día se escapo de su casa, ato una sábana, nudo por nudo para escapar por la ventana, pero luego se dio cuenta que era más fácil salir por la puerta, y también se dio cuenta la terrible influencia de la televisión, con adolescentes que aparecían escapando a todo color con sábanas a mitad de la noche, y todo para qué, para que al final de cada capítulo todo volviera a la normalidad.

A veces quisiera que esto fuese una ficción, siquiera una ficción linda. Con adolescentes y con cuarenta minutos de gracia para que todo volviese a como estaba antes. Ya habían derivado a Agustín, pero en su lugar no llego nadie. Así que de un lado quede con una cama vaciada y del otro, una cortina gris que me recordaba a los días nublados.

Sin embargo, no todo era tan malo como parecía, en los días lluviosos encontraba aquella claridad que necesitaba. Cada gota que caía era una estrofa más de alguna poesía. Además el chapón de la terminal parecía ponerse de acuerdo con el cielo para brindar aquella paz repiqueteante que solo podían dar los días de lluvia. Además el agua como principio de todo, era en aquellos días donde su veta de presocrático se anunciaba con todo su esplendor y hasta sentía en su ser un todo de Heráclito o de Tales corriéndole por las venas. Todo iba bien hasta que todo se apagó, un grupo de no más de diez chicos quiso asaltarlo. Lograron llevarse sus papeles y le dejaron a cambio un ojo morado y algunas costillas rotas. Nada grave.

Recuerdo como llegue aquí, lo que no puedo recordar es porqué, la razón de por que mi boca bien podría ser la del Guasón, con su maquillaje rojo y todo. Me acuerdo la camilla y un ojo desteñido en violeta. Recuerdo la ambulancia atravesando las calles boca arriba, recuerdo la ambulancia remontando vuelo junto a la bandada de gorriones que aquel día decidieron la ubicación exacta de occidente, recuerdo también a Romulo matando a Remo por atravesar un muro que aún no existía. Lo último que recuerdo fue la anestesia y mi boca sonriendo más de lo normal.

Luego de la golpiza hubo una vuelta al hogar. Mamá y Papá preocupados, la gata altiva como siempre, tíos ausentes, en fin, lo normal. El silencio familiar para aparentar que todo iba bien. Y todo parecía ir bien, las costillas respiraban parejas como un juego de cuerdas afinadas en La. Volver al colegio, afrontar. Tal vez fue demasiado, o tal vez demasiado poco. Lo que importan después de todo son las razones, el principio común que desencadeno la escena, que dirigió las tijeras como una música, con paciencia de orquesta hacia las mandíbulas y después una explosión de rojo salpicando en perfecto orden el lavamanos, y el espejo duplicando aquel patético mise-en-scène, aquella obra barata de teatro roído a pedazos y abucheos.

Hace bastante que no sé nada del mundo exterior, todo me entero gracias al chusmerío incesante de las enfermeras y de las disertaciones con los psicólogos. Dicen que es por mi bien, yo no sé. Me dicen que lo importante son las razones, pero yo no les creo, es demasiado platónico para mí, y además la vida no es eso. La vida es el final, no el principio, lleno de escarpines, apretones de cachetes y mamadera cada tres horas, que carajo. Además, Arché es anagrama de Echar, y eso algo tiene que significar ¿no?

1 comentario:

chancha dijo...

Muy buena la idea y las referencias a principios y finales y la no importancia del orden a la mitad de la historia. Quizás un poco más de misterio hubiese sido interesante.