Cortarme la boca fue
fácil. Primero se empieza aplicando presión con la tijera y todo
eso. Lo difícil fue encontrar el lugar preciso, o sea, por cuál
parte del cuerpo empezar, cuál sería la más poética, qué sirve
mejor para llamar la atención ¿cierto? Lo que sigue es bastante
simple, se elije una tijera no muy afilada pero tampoco una vieja y
gastada, puesto que volvería la tarea pesada y gomosa. Luego se va
al baño o a algún lugar con reflejo, como ser algún estanque o
cerámica. Se debe mirar fijamente el lugar a cortar y proceder de
forma pareja y ordenada, el resultado puede ser caótico pero el
procedimiento debe ser cauteloso, con guantes. Eso es fácil, lo
complejo es encontrar el porqué, una razón que sirva de excusa
justificar la escena que montaba.
Después de todo la
vida de Arnaldo Ferreyra siempre fue un plis plas, nada por aquí
nada por allá, en una palabra, mago de vocación.
Lo que no me gusta es ese
chico de las tripas, a decir verdad me da asco, puede estar enfermo y
uno sabe como son esas cosas, puede contagiar y puaj, uno se ve
envuelto en una situación incomoda, luchando por su vida y esas
cosas. Abel Ferreyra se llamaba el de las tripas, alguna que otra vez
hablamos, yo aquí y el allá, que cómo estas, cómo estan tus
tripas, que cómo esta mi boca, que qué causalidad la del apellido.
Arnaldo jugaba
tranquilo en sus comienzos, en aquel barrio periférico del Gran
Buenos Aires, nada contemplaba mejor su situación que el sol, se
pasaba de este a oeste todos los días en el jardín de su casa,
Sargento Cabral 2175, y nada podía interrumpir aquel goce que ir a
tomar la merienda con masitas y café con leche. Quién sabe dónde
esta ese chico ahora.
No
siempre fue así, antes de Abel estaba una chica que no hablaba
demasiado, nunca supe el nombre aunque para mi tenía cara de
Alejandra, y también tenía un pajarito llamado Lucarín que
alimentaba cada tarde con semillitas que compraba en el almacén de
la esquina. Pero no sé, se fue antes de poder hablar, se me fue Ale
y vino Abel, evidentemente algo tenía que ver la A en todo esto,
Arnaldo, Alejandra y Abel, podríamos haber hecho un buen grupo de
amigos, ya me imaginaba yo comandando las acciones, un día esto,
otro día lo otro, aventuras y nada más. Desventuras.
Siempre hablando de
filosofía, que Decart esto, que Sart lo otro. Todo era metafísico
en su mundo, un día era hedonista, pero hedonista de Epicuro, no se
vaya usted a confundir por que cada rabieta que ni le cuento. Otro
día atomista. Y otro presocrático. Y otro, otro, otro. Lo difícil
era pensarlo en otro lugar que no sea la luna, al menos eso decía la
madre. Tal vez por los cuartos, los de la luna.
Este
cuarto sí que es horrible, las paredes despintadas, los azulejos
sucios, nada que reflejar. Cada tanto me imagino y cada tanto no. El
ser y la nada supongo. Me levanto de la cama y sacudo la pierna del
de las tripas, no se mueve. El aburrimiento. Me siento como el
Minotauro, las camas que me rodean son los valientes que llegaron a
mi centro. Digo mi centro como si esta habitación fuese mía, que
descaro, tan pequeño y tan egocéntrico. Mi boca, Mis razones, Mi
habitación, Mi centro. El chico de las tripas se despierta. Me
pregunto qué va a decir, ¿Abel, estás ahí? Creo que ese nombre
también me lo invente, con esos tubos en la boca es difícil
mantener una conversación que no pase del “Aha”, del “Nn” y
del “No me jodás”.
Con cada timbrazo del
recreo su corazón galopaba en sintonía. Ahh... la bella escuela
primaria, bueno, tan bella no, pero primaria sí. Estamos en Marzo y
la rutina escolar acecha con quebrarlo todo, como despedazar un poema
mal escrito o una carta vía aérea de París con malas noticias.
Aunque no siempre es así, se puede estar en clase y no estar. Se
puede estar y no estar.
Al
fin se fue Abel y ¿adivinen quién llego? Sí, Agustín. O al menos
eso pensaba yo, después de todo eso es lo importante. Ahora que lo
pienso yo tampoco podía hablar, dos tajos en la boca y todo
suturando como puede, el pus, un escandalo. Ahora me encuentro aquí
y que tan lejos han quedado las primaveras, con su abrir de flores y
pujar de abejas. La habitación es deprimente, un foco que se
tambalea como un condenado a la soga. Intuyo que una ventana abierta
le da ese swing tan hipnótico que suelen tener las bailarinas en
pleno show. Pero no siempre fue así. Hubo un día, hace tantos,
donde yo podía hablar, no tenia estas cadenas de cinta skotch que me
amordazan. Si bien la cronología no es una ciencia exacta, me
atrevería a decir que fue hace tres o cuatro meses. Hace tres o
cuatro meses de la cortada, obviamente. Hace mucho más que estoy
aquí. Hasta me han dado un modesto block de notas para escribir y
comunicarme. Es increíble como el acto del habla, que permitió que
generaciones de humanos crezcan y elaboren laberintos tan perfectos
como las ciudades con sus acueductos romanos ahora me este vedado a
mí. Pero no me puedo quejar, la lapicera es bien bonita, de color
verde, como una selva, como tanto me gusta, todo un Amazonas
encerrado en mi mano.
Todo era bien bonito,
hasta que un día se escapo de su casa, ato una sábana, nudo por
nudo para escapar por la ventana, pero luego se dio cuenta que era
más fácil salir por la puerta, y también se dio cuenta la terrible
influencia de la televisión, con adolescentes que aparecían
escapando a todo color con sábanas a mitad de la noche, y todo para
qué, para que al final de cada capítulo todo volviera a la
normalidad.
A
veces quisiera que esto fuese una ficción, siquiera una ficción
linda. Con adolescentes y con cuarenta minutos de gracia para que
todo volviese a como estaba antes. Ya habían derivado a Agustín,
pero en su lugar no llego nadie. Así que de un lado quede con una
cama vaciada y del otro, una cortina gris que me recordaba a los días
nublados.
Sin embargo, no todo
era tan malo como parecía, en los días lluviosos encontraba aquella
claridad que necesitaba. Cada gota que caía era una estrofa más de
alguna poesía. Además el chapón de la terminal parecía ponerse de
acuerdo con el cielo para brindar aquella paz repiqueteante que solo
podían dar los días de lluvia. Además el agua como principio de
todo, era en aquellos días donde su veta de presocrático se
anunciaba con todo su esplendor y hasta sentía en su ser un todo de
Heráclito o de Tales corriéndole por las venas. Todo iba bien hasta
que todo se apagó, un grupo de no más de diez chicos quiso
asaltarlo. Lograron llevarse sus papeles y le dejaron a cambio un ojo
morado y algunas costillas rotas. Nada grave.
Recuerdo
como llegue aquí, lo que no puedo recordar es porqué, la razón de
por que mi boca bien podría ser la del Guasón, con su maquillaje
rojo y todo. Me acuerdo la camilla y un ojo desteñido en violeta.
Recuerdo la ambulancia atravesando las calles boca arriba, recuerdo
la ambulancia remontando vuelo junto a la bandada de gorriones que
aquel día decidieron la ubicación exacta de occidente, recuerdo
también a Romulo matando a Remo por atravesar un muro que aún no
existía. Lo último que recuerdo fue la anestesia y mi boca
sonriendo más de lo normal.
Luego de la golpiza
hubo una vuelta al hogar. Mamá y Papá preocupados, la gata altiva
como siempre, tíos ausentes, en fin, lo normal. El silencio familiar
para aparentar que todo iba bien. Y todo parecía ir bien, las
costillas respiraban parejas como un juego de cuerdas afinadas en La.
Volver al colegio, afrontar. Tal vez fue demasiado, o tal vez
demasiado poco. Lo que importan después de todo son las razones, el
principio común que desencadeno la escena, que dirigió las tijeras
como una música, con paciencia de orquesta hacia las mandíbulas y
después una explosión de rojo salpicando en perfecto orden el
lavamanos, y el espejo duplicando aquel patético mise-en-scène,
aquella obra barata de teatro roído a pedazos y abucheos.
Hace
bastante que no sé nada del mundo exterior, todo me entero gracias
al chusmerío incesante de las enfermeras y de las disertaciones con
los psicólogos. Dicen que es por mi bien, yo no sé. Me dicen que lo
importante son las razones, pero yo no les creo, es demasiado
platónico para mí, y además la vida no es eso. La vida es el
final, no el principio, lleno de escarpines, apretones de cachetes y
mamadera cada tres horas, que carajo. Además, Arché es anagrama de Echar, y eso algo tiene que significar ¿no?
1 comentario:
Muy buena la idea y las referencias a principios y finales y la no importancia del orden a la mitad de la historia. Quizás un poco más de misterio hubiese sido interesante.
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