El cuento “Nido en los huesos” es un llamado, y a la vez una advertencia. El autor se oculta en su propia exposición, como si al quedar vulnerable encontrara la redención y pueda salvar, de alguna manera, su destino.
Sin dudas el narrador es un hombre que recuerda. Expone una analogía que lo incomoda, pero no por eso es menos válida. “Yo no soy el mono.” repite como si quisiera autoconvencerse. Tal analogía fluctúa entre la contradicción (dada su condición de homo sapiens sapiens) y la afirmación (debido a la empatía que siente por la situación del mono).
El mono en cuestión es una víctima filial de su padre, en este punto es donde el autor oculta y al instante de proponer la analogía la rompe; necesita diferenciarse de hominido compañero de penas. El mono termina siendo una excusa para, tal vez, consolarse. Para no sentirse solo. Ya que, a pesar de que el fin de los dos es el mismo, los medios son totalmente distintos. Uno se deja, se adapta; el otro, busca, y al buscar se pierde en si mismo.
Luego el cuento termina con esta dicotomía y se torna definidamente autobiográfico. El hombre que recuerda ha vuelto al presente haciendo una suerte de balance. Tal es la vida que eligió, tal fue la vida en su propia palmera que el autor termina por sentir físicamente aquel ostracismo auto-inducido. Lo que en un principio fue un escudo o un arma de defensa, hoy duele. Las imágenes platónicas de los pájaros se materializan llegando a formar padecimientos físicos, las ideas repercuten en el cuerpo, tanto así que se sienten en los huesos del protagonista.
Hay que tener cuidado con lo que se imagina, puede volverse contra uno mismo. Parece ser la moraleja en esta historia.
Pero a pesar de que el autor, efectivamente, ha sido castigado por sus propias divagaciones (las mismas que luego se transformaron en cavilaciones) alienta al lector a que se permita darle alas a sus propias ideas, tal vez con la esperanza de que a él no lo aguarde el mismo destino.
Sin dudas el narrador es un hombre que recuerda. Expone una analogía que lo incomoda, pero no por eso es menos válida. “Yo no soy el mono.” repite como si quisiera autoconvencerse. Tal analogía fluctúa entre la contradicción (dada su condición de homo sapiens sapiens) y la afirmación (debido a la empatía que siente por la situación del mono).
El mono en cuestión es una víctima filial de su padre, en este punto es donde el autor oculta y al instante de proponer la analogía la rompe; necesita diferenciarse de hominido compañero de penas. El mono termina siendo una excusa para, tal vez, consolarse. Para no sentirse solo. Ya que, a pesar de que el fin de los dos es el mismo, los medios son totalmente distintos. Uno se deja, se adapta; el otro, busca, y al buscar se pierde en si mismo.
Luego el cuento termina con esta dicotomía y se torna definidamente autobiográfico. El hombre que recuerda ha vuelto al presente haciendo una suerte de balance. Tal es la vida que eligió, tal fue la vida en su propia palmera que el autor termina por sentir físicamente aquel ostracismo auto-inducido. Lo que en un principio fue un escudo o un arma de defensa, hoy duele. Las imágenes platónicas de los pájaros se materializan llegando a formar padecimientos físicos, las ideas repercuten en el cuerpo, tanto así que se sienten en los huesos del protagonista.
Hay que tener cuidado con lo que se imagina, puede volverse contra uno mismo. Parece ser la moraleja en esta historia.
Pero a pesar de que el autor, efectivamente, ha sido castigado por sus propias divagaciones (las mismas que luego se transformaron en cavilaciones) alienta al lector a que se permita darle alas a sus propias ideas, tal vez con la esperanza de que a él no lo aguarde el mismo destino.
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